Aunque el cerebro esté conectado permanentemente tanto con lo que sucede fuera, como con lo que sucede dentro, nuestra atención está acostumbrado a mirar hacia fuera, al mundo exterior, y no tanto a mirar hacia el mundo interior. El motivo es simple y el mismo de siempre: supervivencia. Los peligros y también lo que necesitamos para sobrevivir están fuera. Por lo que adaptativamente, hemos generado esta tendencia, y la visión hacia adentro tenemos que desarrollarla.
Sin embargo, esta circunstancia provoca desconexión de nosotros mismos y sensación de vacío Además, el estar en modo supervivencia manteniendo niveles de alerta constante por lo que sucede a nuestro alrededor, eleva innecesariamente nuestros niveles de estrés. Existe en nosotros una necesidad de alimentar la introspección, de parar ese bullicio interior que es un reflejo de lo que sucede a nuestro alrededor.
A través de la práctica de un estado de atención concentrada sobre nosotros mismos primero, sobre un objeto, idea, ideal, persona, Dios… podemos acallar ese ruido. ¿En qué consiste? En contemplar algo o alguien sin querer cambiarlo, sin intervención. Algunos lo llaman mindfulness, otros meditación, otros oración, a mí me gusta recoger todas ellas en la actividad contemplativa.
Sin entrar en la dimensión espiritual, son procesos propiamente humanos que forman parte de nuestra naturaleza y actualmente, me atrevería a decir que imprescindibles para nuestra supervivencia.
Los beneficios para la salud son múltiples, ayudan a reordenar la mente y calmar la ansiedad, mejoran la comprensión de objetivos, motivaciones y equilibran el carácter. Los estados de paz interior y la serenidad adquiridos a través de las prácticas contemplativas, se han traducido al lenguaje científico. Por ejemplo, cuando meditamos se activa fuertemente en el cerebro la corteza prefrontal izquierda. Una zona que no presenta casi actividad en las personas que no practican actividad contemplativa, aunque sí presenta mayor actividad en aquellas que tienen un carácter pacífico, tranquilo, optimista con la vida y poco ansioso. La amplitud de las ondas gamma (estados de alto rendimiento cerebral, conexión de ideas y creatividad) aumenta cuando meditamos, rezamos o contemplamos la naturaleza de forma placentera, es decir, cuando ya nos hemos habituado a ello.
La práctica continuada de este tipo de actividades aumenta el volumen del hipocampo y estimula zonas de la corteza orbito-frontal, el tálamo y el giro temporal inferior, regiones implicadas en la regulación emocional. Las personas que cultivan la contemplación regularmente tienen una habilidad especial para cultivar las emociones positivas, mantener la estabilidad emocional y comportarse de manera cuidadosa consigo mismas y con los demás. Además de poder concentrarse mejor y controlar con mayor eficacia sus emociones, muchas personas que meditan regularmente tienen niveles de estrés por debajo de lo normal, a pesar de tener vidas ajetreadas, y un sistema inmunitario reforzado.
La actividad contemplativa puede ser uno de los mejores preventivos para afrontar lo que nos depara esta sociedad, pues fortalece los músculos de la voluntad y de la atención, y puede darnos la llave para el bienestar a pesar del bullicioso siglo XXI y la nueva normalidad.
Si no te resulta sencillo practicar este tipo de actividades y todavía no has adquirido un hábito en este sentido, puedes comenzar con otro tipo de ejercicios muy sencillos. Dedica unos 3 minutos antes de dormir o al despertarte por la mañana para dar gracias por las cosas que valoras y que has vivido en ese día. Realiza este ejercicio todos los días y verás qué bien te sienta 😉