Desde al año 2001 trabajo con profesionales de todos los ámbitos y niveles jerárquicos, en procesos de aprendizaje grupales, y también en procesos de acompañamiento individual. Y desde que empecé mi carrera de Pedagogía en el siglo pasado -¡qué barbaridad!-, no he dejado de estudiar cómo aprende el cerebro. Con esta experiencia y lo que he ido aprendiendo en materia de neurociencia, he podido diseñar una metodología propia para la mejor comprensión y gestión emocional. Bauticé esta metodología como Dialéctica Emocional© porque es un diálogo interno con nosotros mismos, preguntándonos sobre nuestras emociones. He descubierto a través de mi trabajo que nuestras emociones son una fuente de aprendizaje, son unas maestras cotidianas a las que no siempre prestamos atención…
Las emociones son una guía, la brújula que puede ayudarnos a marcar nuestro rumbo. Sirven para algo más que para hacernos sentir, ya que primero nos proporcionan información sobre cómo nos afectan las cosas y segundo nos ponen en movimiento. Esto las convierte en una potente herramienta de toma de decisiones que no siempre tenemos en cuenta, ya que pensamos erróneamente que las emociones pueden despistarnos o desviarnos de nuestro objetivo. Esta creencia es real si las vivimos sin conciencia. Obviamente no se trata de estar siempre pendiente de qué sentimos o identificar qué emociones tenemos en cada momento, ya que sería agotador, sino que se trata de poner atención en momentos cruciales, cuando la emoción es desproporcionada o cuando no entendamos qué nos sucede.
La ciencia ha puesto de manifiesto la función biológica y adaptativa de las emociones, por tanto una de las mejores aproximaciones al mundo emocional es precisamente la indagación sobre el “para qué” y no el “por qué” de cada emoción. En definitiva, averiguar la función de una emoción en un momento concreto.
Cuando nos enganchamos en una emoción, entre otras cosas puede ser porque no entendemos lo que nos quiere transmitir, no sabemos interpretarla. Por eso, transitar por el abanico emocional sin engancharnos, pasar de una emoción a otra, es saludable, un indicador de que nuestra brújula interior funciona y que podemos fiarnos de ella.
Siendo coherentes con nosotros mismos y esto pasa por tener en cuenta lo que sentimos, podremos vivir con más paz y aceptación, incluso en momentos difíciles.