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Cómo relajarte en momentos de tensión

Mantener la calma en las situaciones que nos desbordan no es fácil, precisamente por eso aprender a relajarnos es fundamental. De ello depende nuestra salud y la de nuestro entorno: permitir que la ira, la rabia o las malas formas se adueñen de nosotros no va a contribuir a una mejor solución. Precisamente de esto hablábamos en Las Mañanas de RNE y os cuento aquí las claves para conseguirlo.

Cuando nos encontramos ante una situación que nos genera tensión, lo primero es identificarla y determinar si realmente exige que intervengamos. En otras palabras, decidir si es inevitable tener que enfrentarse a ella o si podemos librarnos. En ambos casos, te ayudará trabajar con tu cuerpo y enfocar bien tu mente, aunque el objetivo sea diferente.

Cuando es imprescindible afrontar la situación

En el caso de que el problema nos exija atención inmediata y urgente, pero nuestras emociones negativas se han apoderado de nosotros, es decir, se ha disparado el patrón de reactividad automática, la clave es trabajar con la mente y con el cuerpo, que serán nuestros mejores aliados.

Primer paso: calmar el cuerpo

Lo primero será centrarnos en la fisiología del cuerpo, ya que a través del cuerpo podemos modificar las emociones. Para ello basta con que tomemos conciencia de nuestras sensaciones, es decir, observar si tenemos un nudo en la garganta, la tensión acelerada, estamos sudando… Solo por centrar los sentidos y la conciencia en el cuerpo, ya estaremos reduciendo los niveles hormonales que tienen que ver con el estrés.

Este primer paso es muy importante: si debes enfrentar la situación y te has dejado atrapar por los nervios, no te va a ir bien con seguridad. En lugar de responder, vas a reaccionar y desde ahí nunca damos lo mejor. Por tanto, lo primero que tienes que hacer es calmar el cuerpo.

Segundo paso: calmar la mente

Por su parte, tu mente se estará poniendo en lo peor y percibirá todo como una amenaza, que como sabemos produce la reacción de ataque o huida. Si observas que tu diálogo mental es de amenaza, la clave es cambiar de perspectiva. Cuando estamos muy ofuscados con un conflicto o enfrentados a una persona, solo vemos en esa dirección. Por eso es muy importante aplicar una vista de pájaro que aleje el foco. Puedes intentar imaginarte qué está pasado por la cabeza de la otra persona, o el horizonte de la conversación al que deseas llegar.

También te ayudará desarrollar una sensación de control, pensar en las cosas que dependen de ti en esa situación, ya que a lo mejor lo que vas a decir sí depende de ti, pero no así la reacción de la otra parte.

Cuando estamos en situaciones de tensión, nuestro ritmo cardíaco y todo nuestro cuerpo en general está acelerado, y aceleramos la palabra, las respuestas, los pensamientos… Por tanto, tómate tu tiempo, cuenta hasta diez, y recuerda que tu cerebro necesita que el riego sanguíneo llegue hasta arriba del todo, hasta la parte más racional de tu mente. Cuando estamos en tensión la sangre se suele acumular en las amígdalas, que están en la parte media-baja del cerebro, con lo cual el riego necesita más tiempo de lo habitual para llegar a las zonas altas.

Un truco muy sencillo que te puede ayudar: lávate la cara con agua fría y reducirás mucho la frecuencia cardíaca, casi un 25 %. Esto ocurre porque te conecta con la parte instintiva del cerebro que se relaciona con el buceo, y cuando estamos debajo del agua tendemos a bajar el ritmo cardíaco y a gastar menos energía. En una situación de este tipo, puedes ir un momento al baño y echarte agua en la cara. Sobre todo, haz lo necesario para evitar la reacción y buscar la respuesta.

Cuando la situación no exige que intervengas

Muchas veces no es necesario que des una respuesta, puesto que la situación no depende de ti ni te afecta directamente, pero te quedas con una mala sensación porque piensas que deberías haber hecho algo. Si te sucede esto, de nuevo trabaja con el cuerpo, con la respiración, concéntrate en otra cosa cambiando de tarea… Puedes irte a andar: si llevas la sangre a otras partes de tu cuerpo, en lugar de dejarla concentrada en las amígdalas, te relajas. Moverte o hablar de lo que te sucede te ayudará con seguridad.

Otra actividad muy simple que puede servirte para rebajar la tensión es comer chicle, por ejemplo, y centrarte en cómo masticas. También lo puedes hacer con cualquier otra cosa, lo importante es que te centres en la tarea física de mover la mandíbula, puesto que en ella acumulamos mucha tensión, y el hecho de masticar nos ayuda a reducirla. Otra técnica es masajearte la cara en los músculos que tienes tensionados. Cuando estamos alterados ponemos “caras”, e incluso podemos llegar a sentir dolor o cansancio de estar con el ceño fruncido u otro tipo de gestos. Por tanto, enfócate en esa parte, en las cejas, en las sienes, la mandíbula, masajéate para relajar esas partes de tu cuerpo. Y, por supuesto utiliza el sentido del humor, que siempre viene bien.

En resumen, tanto si la situación es inevitable como si puedes “pasar” de ella, no dejes que tu cerebro responda de forma automática, presa de la tensión o el enfado. Si te tomas tu tiempo y trabajas cuerpo y mente, podrás revertir esos sentimientos y retomar la calma en los momentos más delicados.

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