Somos mamíferos sociales. Los trabajadores penitenciarios saben que hasta los presos más endurecidos temen el confinamiento solitario. Y nosotros estamos viviendo en primera persona los efectos del aislamiento social, la falta de encuentros, la falta de abrazos, de intercambio emocional…
Diversos estudios han demostrado que el aislamiento social prolongado puede llevarnos a patologías fisiológicas y neurológicas muy dispares (depresión y cardiopatías, entre otras) y que el aislamiento es el detonante de muchas adicciones. ¿Te has fijado que cuando estamos acompañados no caemos en tantas tentaciones? Es cuando estamos solos cuando nos dejamos llevar y caemos en lo que no queremos. Seguro que has quedado alguna vez para estudiar con tus amig@s o has necesitado ir a una biblioteca… o tal vez le has pedido a alguien que te explique un tema para entenderlo mejor. Básicamente, buscabas aprender acompañad@. Y es que cuando estamos con otra persona ante un mismo desafío, somos más cooperadores y agudizamos nuestro aprendizaje. Esa tendencia al agrupamiento tiene una base evolutiva. Vivir en grupo resulta beneficioso para nosotros.
¿Y cómo es que nos conectamos con los demás? Cuando estamos acompañados, nuestros cerebros tienden a sincronizarse y esta sincronización se produce cuando se comparte una experiencia social en la que puede haber interacción o no. Por ejemplo, en una cena de grupo, los cerebros también se sincronizan, aunque no todas las personas estén hablando del mismo tema e incluso aunque algunos no participen de ninguna conversación. El hecho de estar sentados a la misma mesa como grupo, ya activa el mecanismo de sincronización de las ondas cerebrales de todas las personas que participan del banquete. Decir que “estamos en la misma onda” no es algo baladí. Estas conclusiones son fruto del estudio con murciélagos llevado a cabo por Michael Yartsev (Universidad de California en Berkeley). Suzzane Dikker (Universidad de Nueva York), lleva tiempo investigando este fenómeno con personas y añade que la sincronización es mayor cuando hay un vínculo personal, pues la experiencia emocional es más fuerte. Dikker también ha trabajado en entornos de aprendizaje demostrando que los alumnos de una misma clase sincronizan mucho más sus cerebros cuando están más motivados y disfrutan en clase, es decir, con emociones positivas. Y es que las emociones se contagian peligrosamente… quiero decir, que lo quieras o no, te vas a dejar tocar por la emoción de la otra persona, en mayor o en menor medida. ¡Es normal! No es nada mágico, estamos hechos para que nos afecten los demás y esto se consigue desde la emoción.
Los mismos mecanismos cerebrales que se esconden bajo la empatía, y nos permiten la sintonización emocional, son también los que facilitan el contagio de los estados anímicos. Este intercambio emocional constituye una riqueza interpersonal invisible, que parte de todas las interacciones humanas, pero habitualmente es tan sutil que no se percibe. Cada uno de nosotros influimos sin querer en el estado de ánimo de los demás. Las emociones se contagian constantemente, como si fueran una especie de virus social. Estamos siempre activándonos mutuamente distintos estados emocionales. Es un tema muy serio, y constituye un argumento contra la expresión desinhibida de sentimientos tóxicos en el ambiente: ¡no tenemos derecho a contagiar nuestras emociones negativas a los demás!