Hace tiempo que no escribo en el blog, he estado con mucho trabajo y poco inspirada… pero estos días, tengo la necesidad de volver a escribir, concretamente sobre liderazgo femenino. Numerosos acontecimientos a mi alrededor, me hacen volver a reflexionar sobre el papel de la mujer en la empresa, en la sociedad, en las relaciones, en la vida. Este escrito, se lo dedico a una de mis mejores amigas 😉
A veces parece que las mujeres tenemos “súper poderes”, pero no, esto no es ficción. Es lo cotidiano. Realmente, por la fisiología de nuestro cerebro, tenemos esa capacidad de manejar varias cosas a la vez, de soportar altos niveles de dolor, de sacrificarnos… pero todo en su justa medida. Realmente no podemos con todo… ¿Por qué nos cuesta tanto decir que NO? ¿Por qué vamos de salvadoras, de heroínas? Así nos convertimos en víctimas de nuestro entorno, de lo que hemos generado a nuestro alrededor.
Aunque haya excepciones, los hombres son expertos en definir sus límites, y “marcar” su territorio; de hecho, llevan siglos de evolución haciéndolo. Piden lo que necesitan y a veces lo exigen. Nosotras, sin embargo, no tenemos tanta costumbre y en el fondo formular cuál es nuestro territorio es hacernos respetar, y para ello es fundamental hacernos valer. Poner límites es reafirmarnos como personas, mostrar nuestra voluntad. Estamos llenas de pensamientos que comienzan con un “Debería de…”, “Es que, tengo que…”; es el Crítico Interior (Súper Yo en Psicoanálisis, Perro de arriba gestáltico) que no nos deja pensar por nosotras mismas. Este tipo de pensamientos y comportamientos son como una enfermedad para la persona, lo que nos cura es ser auténticas, la congruencia (que no es otra cosa que una sintonía entre lo que pensamos, sentimos y hacemos), y el valor.
De dónde viene esta mujer con super poderes
Antiguamente (y todavía hoy), se sigue educando a muchas niñas con la creencia de que deben mostrarse siempre dulces, agradables y complacientes… además de guapas. Así se crean mujeres con la creencia de que su papel consiste en conciliar, gustar y complacer, olvidándose de sí mismas y hombres que esperan y demandan ese prototipo de mujer. El no cumplir con las expectativas de los demás les hace sentir poco válidas. Por el contrario, cumplir hace que se sientan más queridas. Este es un cóctel peligroso y de doble sentido.
¿Cuáles son los efectos secundarios de este tipo de creencias y comportamientos? Creo que no es necesario enumerarlos, aunque sí me gustaría destacar uno muy importante: la falta de liderazgo sobre nuestra propia vida. El hecho de que muchas mujeres lleven el cartel de “abierto 24 horas, 7 días a la semana” hace que vivamos como si otra persona controlara nuestra agenda… en el fondo, es decirte NO a ti misma, negarte como persona.
Por qué después, en ocasiones nos quejamos tanto, en lugar de decir lo que queremos claramente. El antídoto sería el famoso dicho popular: “Más vale ponerse una vez colorada, que cien veces amarilla”. Parece que las mujeres optamos más por el amarillo y toda su gama de tonalidades. La queja o el lenguaje indirecto, no produce ningún cambio, simplemente es una fórmula que utilizamos sutilmente, como una emisión de señales que el otro debe captar. Pero al ser tan sutiles y subjetivas el otro no siempre las capta o entiende de la misma manera, por ello, no se ven satisfechas.
Muchas mujeres han olvidado que se merecen lo que piden. Como acertadamente nos anima Carmen García Ribas en “El síndrome de Mari Pili”, perdamos el miedo al éxito. Comuniquemos con poder. Dejemos el modelo mental de la queja o de la seducción y aprendamos a negociar. Sólo así podremos aproximarnos a obtener lo que queremos en el trabajo, en el amor y en la vida.
Ninguna pasión elimina tan eficazmente la capacidad de actuar y de razonar de la mente
como lo hace el miedo.
Edmund Burke