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En momentos de crisis… la clave eres tú.

Hoy he hablado en una conferencia para Red.es sobre la fuerza del optimismo y el poder de nuestras emociones, sobre cómo podemos facilitarnos las cosas a través de un estado emocional y mental positivo o complicarnos la existencia si hacemos todo lo contrario. He disfrutado mucho preparando esta conferencia porque el tema es apasionante y también por el momento personal que estoy viviendo en el que me doy cuenta que yo misma puedo ser mi mayor aliada y a la vez mi mayor enemiga. Por eso me animo a compartir con vosotros estos pensamientos… y también porque me parece muy necesario hablar de estos temas en entornos profesionales. ¿Por qué no hablar de ser felices también en el trabajo cuando pasamos en él la mayor parte de nuestra vida?

En estos momentos de cambio, crisis, transformación, evolución o como queramos llamarlo, no dejamos de escuchar mensajes sobre el entorno y sobre cómo hemos llegado hasta este punto y pocas veces nos paramos a pensar cómo nos afecta a nivel personal, nos dejamos llevar por las prisas funcionando en piloto automático y reaccionando en función de las circunstancias que se van presentando. Damos respuestas reactivas. No somos creativos. Repetimos los hábitos que hasta ahora nos habían servido. Nos olvidamos que el entorno ha cambiado, a un nivel tan profundo que incluso han aparecido nuevos valores sociales y por ello muchas de las respuestas de antes ya no sirven ahora. No podemos conducir mirando el espejo retrovisor, necesitamos fijarnos en lo que está por venir para trazar el mejor recorrido.

Y es que la neurología ha demostrado que pensar positivamente sobre el futuro nos da placer, nos hace experimentar incluso felicidad y nos da energía. ¡Haz una prueba! Coge un papel y apunta durante un minuto aquellas cosas que te encantaría hacer en un futuro, haz una carta de deseos o de sueños por cumplir. ¡Recuerda que solo tienes un minuto, date prisa! Verás qué bien te sienta hacer este ejercicio…

El optimismo junto con la capacidad de superación, son grandes aliados en momentos de cambio y crecimiento. Nos ayudan y son importantes recursos si están presentes en nuestra vida… por contra, si nos olvidamos de ellos nos estamos poniendo las cosas difíciles. La psicóloga Clemencia Sarquis, señala que el término “optimismo” implica muchas condiciones absolutamente presentes en la felicidad: ” amor, amistad, descubrimiento de sentido de la vida, alta autoestima, capacidad para controlar la adversidad, etc.” Sin embargo, en la práctica, como bien dice esta psicóloga, si bien el hombre es un ser destinado para ser feliz, ésta es una opción personal, “se es tan feliz como se quiera serlo y para eso se requiere como principio fundamental hacer el camino del autoconocimiento.” Lo complejo es cómo llevar adelante esta opción y mantenerla día a día sin que se convierta sólo en un buen propósito.

En palabras del Doctor Luis Rojas Marcos, el optimismo “es una forma de percibir la vida, una actitud hacia las cosas. El optimista, ante una decisión o situación, evalúa tanto lo positivo como lo negativo, pero dándole más importancia a lo primero. Tiene su mirada educada para descubrir lo mejor de cada alternativa. El pesimista, en cambio, evalúa sólo lo negativo y deja de lado lo positivo. Ve sólo las amenazas y no las oportunidades.” Podemos educar nuestra mirada hacia el optimismo, a través de la generación de un nuevo hábito en esta línea, practicando durante días, repitiendo y repitiendo.

Según el Doctor, el optimismo puede reflejarse analizando tres perspectivas:

  • El futuro: lo que conocemos como esperanza, la sensación que experimentamos de conseguir algo; está muy relacionado con la confianza que tenemos en nosotros mismos y nuestra fuerza de voluntad.
  • El presente: ante un momento difícil una persona optimista tiende a pensar que la adversidad no va a durar siempre y que no es el único responsable de esa situación.
  • El pasado: nuestra manera de recordar nuestro pasado, nuestra autobiografía también es importante; algunas personas miran hacia atrás y no se perdonan, no obtienen ningún aprendizaje de los errores y no se dan segundas oportunidades.

Y como no podía ser menos, nuestro cerebro tiene mucho que ver en esto. El lóbulo frontal (la última parte del cerebro humano en evolucionar, la que madura con más lentitud y la primera en deteriorarse con la vejez) nos permite abandonar el presente y experimentar el futuro antes de que éste ocurra. Ningún otro ser vivo tiene un lóbulo frontal como el nuestro, es la razón por la que somos el único animal que piensa en el futuro tal como lo hacemos… También es responsable de que sintamos miedos subjetivos (anticipando situaciones de dolor, fracaso, abandono, etc.). Y esta parte de nuestro cerebro es la que, también hace que nos sintamos felices. Cabe distinguir entre la sana esperanza y lo que es pensar en el futuro. La esperanza consiste en encontrar causas universales y permanentes para los sucesos positivos y causas específicas y temporales para las desgracias; hacer lo contrario es el camino directo hacia la depresión y la desesperación.

Pero ser optimista es bien difícil en los tiempos que corren: la televisión, la prensa, la radio y los chismorreos, nos bombardean con malas noticias. Si vemos el telediario, todo son sucesos o incluso los cotilleros de la presa del corazón que más se comentan son los relacionados con cosas negativas (trágicas muertes, sonados divorcios, discusiones, escándalos…), todo esto alimenta nuestro morbo y destruye poco a poco nuestras defensas. Centrando nuestra atención hacia los sucesos, nos inyectamos a diario negatividad, aumentamos nuestras preocupaciones, centrando incluso en problemas que no están a nuestro alcance. Parece que pongamos el canal que pongamos, leamos lo que leamos o escuchemos lo que escuchemos, estamos rodeados. Hagamos lo que hagamos, no podemos escapar. Esto no es otra cosa que lo que Martín Seligman, denominó tras experimentar con perros, “indefensión aprendida”. Hemos aprendido, rodeados de tanta negatividad, tanta situación estresante, que -nos creemos- que no podemos superarlo, que no podemos escapar o lo que es lo mismo, que no hay alternativa. Esta indefensión nos hace comportarnos como sujetos pasivos y sufridores, aprendemos a sentirnos indefensos y a no ser dueños de nuestro destino. Es el típico comentario que a veces dicen algunas personas “¿Para qué intentarlo? No merece la pena”, refleja muy bien esta actitud. La indefensión aprendida hace que no nos esforcemos por conseguir las cosas, que seamos reactivos en lugar de proactivos, que no participemos, que no nos comprometamos. Son las personas que ven la lluvia caer en lugar de ser la propia lluvia.

Las personas con este tipo de actitudes, tienen riesgo de sufrir lo que me gusta llamar el SFA (Síndrome de la Felicidad Aplazada). Que no es otra cosa que pensar que sólo en el futuro podremos ser felices, este pensamiento en sí mismo es negativo. No nos alimenta ni nos ayuda. Como he comentado, pensar en el futuro puede ser placentero… a veces, tanto que preferimos pensarlo a experimentarlo. Ahí estamos aplazando el cambio, estamos evitando crecer, movernos o lo que se suele denominar como salir de nuestra zona de confort. Es curioso porque podemos llegar a preferir la infelicidad a la incertidumbre… Es una afirmación muy fuerte y desafortunada, pero es real. Solemos sobreestimar la probabilidad de que ocurran los acontecimientos positivos, lo que nos lleva  a tener un optimismo poco realista respecto al futuro. Pero además, somos tan increíbles que imaginamos futuros complicados para meternos miedo y minimizar su posible impacto. Este enfoque es en realidad, una visión pesimista sobre nosotros mismos y lo que nos espera, así no nos facilitamos las cosas… sino más bien, todo lo contrario. Como decía Shakespeare: Los barcos están más seguros en el puerto, pero fueron creados para estar en la mar.

Volviendo al optimismo, en realidad el efecto optimismo funciona como el efecto placebo, este se produce cuando un enfermo mejora o incluso se cura, tras haberle suministrado un tratamiento sin ninguna fundamentación terapéutica. Placebo, que también es un grupo de música, es la primera persona del verbo en latín placere en futuro: “me gustará”. No es otra cosa que aprovechar una expectativa o pensamiento positivo del enfermo, que le condicionará hasta tal punto de tener un efecto terapéutico en su enfermedad. Fijaos hasta qué punto nos condicionan nuestros pensamientos. El efecto placebo es tenido tan en cuenta en la investigación médica, que para que salga un nuevo medicamento, se tiene que probar que sus beneficios terapéuticos son superiores a los de una sustancia placebo. El interés moderno por el optimismo nace de la constatación del papel jugado por el pesimismo en la depresión. Desde esta perspectiva, son muchos los estudios que muestran que el optimismo tiene valor predictivo sobre la salud y el bienestar, además de actuar como modulador en nosotros frente a los acontecimientos adversos, paliando el sufrimiento y el estrés. Pensemos en positivo, engañémonos con un futuro mejor y movámonos en esa dirección, aunque sólo sea por salud.

 

Consejos para potenciar tu optimismo y tu superación:

 

  • Desahógate, habla con los demás de tus preocupaciones y tus aspiraciones.
  • Nútrete de emociones y pensamientos constructivos y positivos. Alíate contigo mismo, póntelo fácil.
  • Piensa en el futuro que te gustaría conseguir, imagínatelo, visualízalo.
  • Hazte un “plan de vida”: dónde te gustaría estar el año que viene, dentro de tres años y dentro de cinco.
  • Transforma tus sueños en metas y estas en objetivos.
  • Elabora tus propios planes de acción para conseguir tus objetivos.
  • Descubre lo que te gusta, tus estímulos.

Marta Romo

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