Es de sentido común que las empresas, al igual que las personas, se empeñen en construir, en progresar, en aprender. Sin embargo, muchas veces el mayor obstáculo para desarrollar nuevo conocimiento es el antiguo. Necesitamos desaprender lo que ya sabemos, dar marcha atrás. El desaprendizaje se define como el proceso mediante el cual se desecha el conocimiento obsoleto y engañoso, el que no nos deja crecer. Es sencillamente eliminar todo aquello que hemos aprendido que ya no nos sirve y dejar espacio para que lo que necesitamos aprender pueda entrar a nuestro cerebro con facilidad.
Tal como lo describe Homero en La Odisea, el trabajo de Penélope, la esposa de Ulises, es –aparentemente– el más majadero y obsesivo que pueda imaginarse: tejer un tapiz durante el día y destejerlo por la noche… Hacer y deshacer, poner y quitar, construir y derribar, ¡menuda estupidez! En realidad, Penélope traza un plan para esperar a su marido ausente, sin que sus múltiples pretendientes la molesten. Para ello, les dice que aceptará a uno de ellos cuando termine de tejer el tapiz. Y así deshaciendo por la noche lo que teje durante el día aguanta nada menos que veinte años. En todo caso, conviene tener en cuenta que no es necesario caer en el síndrome de Penélope, algo muy típico de nuestra mentalidad tradicional, por la que nos pasamos la vida tejiendo y destejiendo, destruyendo lo que a veces cuesta construir. No se trata de volvernos locos haciendo y deshaciendo, sino de tener una estrategia y, sobre todo, un motivo para el desaprendizaje.
No estamos acostumbrados a los cambios exponenciales, sino a los lineales. La tecnología está teniendo un impacto aplastante en nuestro mundo, en nuestro día a día, y la tecnología es un cambio exponencial. Cada año y medio, la potencia de los ordenadores se duplica. Tenemos las capacidades y las herramientas para crecer exponencialmente, pero vivimos linealmente. Afortunadamente, nuestro cerebro es expansivo y plástico, y también puede aprender de forma exponencial, aunque no estamos acostumbrados a ello. Por eso, es fundamental darse la oportunidad todos los días de adquirir una nueva visión de las cosas, de ver el mundo desde otra óptica, de asimilar lo nuevo. Es señal de humildad y de disponibilidad para vivir: para levantarme, primero me tendré que caer o agachar o sentar, no puedo hacerlo si ya estoy de pié. Es aceptar que tenemos limitaciones y muchas cosas por descubrir.
¿Pueden las organizaciones desaprender? Lo que sí es posible es la generación de una cultura abierta, que permita desaprender a sus profesionales. Empresas no ancladas en procesos cerrados e invariables, que saben adaptarse, adelantarse e incluso inventarse nuevos aprendizajes. Estamos acostumbrados a escuchar frases como “aquí las cosas siempre se han hecho así“, “ahora no es momento de innovar que estamos en crisis”… Estos comentarios son en realidad una justificación tras la que se esconde el miedo. Pero, ¿las empresas tienen miedo? Pues claro, si las personas lo tenemos, las empresas también y de forma amplificada, con la suma de todos los miedos de sus profesionales. Las actitudes que están tras este tipo de comentarios son precisamente las que nos indican a las claras que hemos superado la fase de aprendizaje y que debemos olvidar algo que sabemos y que nos está impidiendo avanzar. Lo que sabemos, nos proporciona tanta seguridad, que en ocasiones no nos permite avanzar. Estas actitudes, también, nos indican que hemos caído en la rutina y que estamos entrando en la etapa de las manías o costumbres del “¿Para qué vamos a cambiar si así hemos conseguido nuestros éxitos?”. Pues, ¡precisamente por eso, si llevas tanto tiempo echando mano de lo mismo te van a copiar!
No vamos a volver a definir cómo es el escenario exponencial del siglo XXI. ¿Cómo podemos seguir nosotros caminando a paso de tortuga? La resistencia es comprensible, desaprender es una batalla mucho más dura que aprender, pero no seamos radicales, no se trata de olvidar todo lo sabido, sino de desterrar lo que impide que seamos mejores. Esto obviamente exige postergar el juicio crítico, costumbre bien arraigada en la mayoría de los adultos -que sucede de forma espontánea en los niños-, y más difícil todavía cuando hablamos de personas u organizaciones con un alto nivel de expertise (experiencia, conocimiento, especialización, pericia, destreza, competencia técnica, etc.), pues cuanto más se ha invertido en aprender cierta información, mayor compromiso existe en defenderla a capa y espada frente a la nueva. Otra forma de explicar esta actitud es que quien tiene la información tiene el poder y, claro, desaprender algo implica perder algo de poder. Además, el ser humano siempre quiere tener la razón, pero esto no sirve para nada. Ahora, quien es capaz de conseguir y compartir la información más rápidamente es quien tiene el verdadero poder, quien construye el mundo.
Antes de iniciar un proceso de aprendizaje, es interesante formularse la pregunta: ¿Qué puedo desaprender para poder obtener el máximo provecho (aprendizaje) de esta actividad? Por eso, es necesario definir el desaprendizaje, concretarlo, incluso por escrito, mirarlo, releerlo y ser consciente de ello. Una vez hecho esto, conviene preguntarse por qué nos estorba para seguir creciendo y también qué obtendremos con el nuevo aprendizaje; necesitamos pensar en los beneficios: ¿Qué gano a cambio de perder algo que ya sé? No se trata de ser tontos, si el beneficio no es tal, no merece la pena.
Vamos a ver algunos interesantes consejos para aprender y desaprender en estos “tiempos modernos”:
- Familiarizarse es más importante que entender: uno aprende mejor cuando repasa los temas como quien pasea por una ciudad nueva. No se trata de “negarse a entender”, sino de no preocuparse cuando uno no entiende lo que lee o lo que escucha.
- Dejar el tema (reposarlo) es bueno para aprenderlo: conviene hacer descansos, para retomarlo luego.
- Traducir lo nuevo a estructuras con vida, a historias: convierte en imágenes todo lo que sea “imaginable”. Se trata de “vivir” lo que se aprende.
- Acostumbrarse a resumir y llevar una especie de “libro de viaje” o libro de aprendizaje: usar esquemas, pero también palabras claves o frases cortas tipo titulares periodísticos.
- Olvidarse de los objetivos si queremos realmente aprender: esta tal vez sea de las recomendaciones más difíciles, sobre todo en un entorno de presión continua como es el empresarial.
Estando genéticamente programados para aprender, la mayoría ha hecho voto de castidad. Nuestra especie tiene un cerebro que no para de establecer nuevas conexiones y reestructurarse hacia una mayor complejidad, sin embargo los adultos acusamos un interés decreciente por adquirir nuevos conocimientos. El resultado es la conversión en un “homo domesticus”, en un ser que en sus últimas décadas ha decidido que es mejor recorrer lo conocido, como un mono en su jaula, que aventurarse por parajes inexplorados.
Marta Romo
Publicado en Observatorio de RR.HH., septiembre 2012