Hoy quiero hacer mención al clásico caso clínico de Phineas Gage, un interesante personaje, aunque desafortunado, que nos ayudará a reflexionar sobre el papel de las emociones en el proceso de la toma de decisiones y la planificación. En muchas ocasiones me encuentro explicando cómo funcionan las emociones y defendiéndolas como clave en los procesos de toma de decisiones, ya que existe la falsa creencia, sin ninguna fundamentación científica, de que las emociones nos confunden en lugar de ayudarnos. Existen numerosas investigaciones que evidencian lo contrario, que la participación de las emociones en la toma de decisiones es clave y necesaria. Investigadores como Antonio Damasio, Jules Lobel (Universidad de Pittsburg), George Loewenstein (Universidad Carnegie Mellon), entre otros, ha podido observar cómo en los segundos previos a la toma de una decisión, se produce una descarga autonómica leve que provoca una emoción y que alerta al individuo y sugiere un curso de acción, que posteriormente se complementa con la cognición. Esta pulsión, inconsciente y automática, se genera en regiones que almacenan información acerca de situaciones similares vividas en el pasado.
En realidad, está demostrado que las decisiones humanas están controladas por dos sistemas neurales: el deliberativo y el emocional, en concreto, por la interacción de ambos. El sistema deliberativo se encuentra en la corteza prefrontal del cerebro, el sistema emocional tiene que ver con nuestro cerebro límbico. La emoción es rápida, pero sólo puede responder ante una cantidad limitada de estímulos y la deliberación es relativamente lenta y elaborada, aunque más flexible. El sistema emocional es el sistema por defecto para la toma de decisiones y la deliberación se activa cuando una persona encuentra una situación diferente.
Vamos a hablar ahora de Phineas Gage. En 1848 Phineas Gage era un joven hombre querido por sus amigos, con éxito en su trabajo y con un futuro prometedor por delante. Un día como otro cualquiera, en el que Phineas dirigía la construcción de una línea de ferrocarril, sucedió un extraño accidente. Tras meter el explosivo en un barreno para hacer explotar la roca, como hacía siempre, alguien llamó su atención, Phineas se distrajo y mientras contestaba la demanda de algún compañero, apretó directamente la pólvora con una barra de hierro. La detonación fue fulminante. Todos quedaron mudos y paralizados por el tremendo panorama que se podía contemplar. La barra de hierro (de seis kilos, tres centímetros de diámetro y ciento diez centímetros de largo) había penetrado la mejilla derecha de Phineas, perforando su cráneo y atravesando literalmente la zona frontal de su cerebro. La barra apareció a más de 30 metros de distancia de la explosión, llena de sangre y tejido cerebral. Ante el tremendo shock, Phineas yacía inmóvil en el suelo, hasta que tras unos instantes comenzó a hablar.
Sus compañeros aturdidos, intentaban ayudarle y le llevaron hasta un carro donde Phineas viajó sentado durante más de un kilómetro, hasta que legó a un albergue donde esperar la llegada del médico. Cuándo llegó el médico, Phineas hablaba y podía expresarse sin ningún problema, de hecho le pudo contar con pelos y señales todo lo sucedido y contestar a todas sus preguntas. ¡Increíble!
Tras una dura recuperación de aproximadamente dos meses, Phineas ya no era el mismo. Físicamente se había recuperado y hablaba con normalidad, pero su comportamiento emocional se volvió extraño. Comenzó a tener problemas con sus amigos y a ser despedido constantemente de todos los trabajos en los que estaba. Analizando su comportamiento, se concluye que sus respuestas emocionales eran inapropiadas, era incapaz de organizar cualquier actividad futura (efecto de “miopía ante el futuro” por la incapacidad de tomar decisiones), y su visión sobre sí mismo era exageradamente narcisista y exagerada. Murió sólo, tres años después.
Esta tremenda historia demuestra que la zona frontal, la más evolucionada de nuestro cerebro de humano, no es crítica para nuestra supervivencia ni para las facultades intelectuales básicas, pero sí lo es para la convivencia en sociedad y sobre todo para poder planificar nuestro futuro. Phineas Gage perdió sus competencias emocionales y con ello, su capacidad para decidir sobre su futuro de forma coherente. Nuestras emociones pueden contribuir al éxito de nuestro futuro, sí, pero no de forma instintiva, sino con inteligencia, con inteligencia emocional.
Ya sabéis, cuando os digan que las emociones entorpecen a la razón, hablar sobre Phineas y sobre los más recientes descubrimientos de la neurología, que concluyen rotundamente cómo las emociones son en realidad, aliadas de la razón, sobre todo al hablar de futuro y por tanto de anticipación, intuición, visión estratégica e innovación.
Marta Romo