Uno de cada cinco telespectadores disfruta los martes por la noche de los casos del doctor Gregory House, nefrólogo especializado en enfermedades infecciosas, un nuevo Sherlock Holmes del mundo de la medicina. Tom Peters confiesa que monta su agenda de viajes alrededor de los episodios de House (como 60 millones de sus compatriotas, considera que es el mejor programa televisivo). Es evidente que House encanta como médico iconoclasta. Sin embargo, ¿qué nos parece como jefe?, ¿cómo nos sentiríamos si cualquiera de nosotros fuera el neurólogo afroamericano Eric Foreman, la inmunóloga Allison Cameron o el australiano experto en medicina intensiva Robert Chase? Todo directivo debe actuar decididamente en tres campos: planificar, gestionar y motivar. House, como todo ser humano, es un caleidoscopio con múltiples caras y en movimiento, que ofrece distintos perfiles. House como decisor: es la quintaesencia del método científico. No cae en el síndrome del Mesías (querer salvar el mundo), sino en el complejo de Rubik (resolver el puzle). Le interesan las enfermedades, no los pacientes. En ese sentido, plantea las cuestiones de forma muy inteligente, cuenta con el equipo para la creatividad (utiliza el rotafolios para las tormentas de ideas), odia la burocracia, experimenta, reconoce sus errores, insiste y persevera. Además, admite y utiliza la intuición, el eureka, una vez que dispone de la información necesaria. Como analista y ejecutor, House es fascinante. Por eso tiene éxito en sus diagnósticos y en sus tratamientos.
House como planificador: va a salto de mata. No piensa en el futuro. ¿Qué pueden esperar sus colaboradores? El jefe House no clarifica sus expectativas, hasta le molesta que sus subordinados le pregunten al respecto. La relación con la directora del hospital, la doctora Lisa Cuddy, es de amor-odio. Ella tiene que protegerle de los agentes externos.
House como líder: ¿tiene el doctor House inteligencia emocional? Sí y no. Como gestor de sus propias emociones, nos maravilla. Posee una seguridad en sí mismo a prueba de bombas, hasta el punto de que se atreve a decir la verdad aunque duela, uno de sus puntos más fuertes. Se autocontrola (sufrió un infarto en la pierna derecha, que derivó en necrosis; consume Vicodina) y no pierde la calma. Se marca un objetivo (resolver el caso) hasta la obsesión. Sabe que los pacientes mienten (el cerebro humano posee memoria selectiva). En términos de orientación a resultados, el doctor House merece un sobresaliente. En su relación con los demás, desagrada. No sólo no muestra empatía, sino que es conscientemente antipático, misántropo, cruel. Orientación al cliente-paciente, cero. Presume de egoísmo y sólo su único amigo, el doctor James Wilson, jefe de oncología del hospital, se atreve a llevarle la contraria. Entonces, ¿por qué sus colaboradores no le abandonan? ¿Por qué se comprometen hasta la extenuación? Porque lo que hace House es más poderoso que lo que dice. En un mundo de cinismo exagerado, en el que a muchos jefes se les llena la boca de ‘las personas son lo más importante de la compañía’, mientras las tratan con poco respeto y las otorgan escasas posibilidades de desarrollo, este médico se comporta a la inversa. Su equipo posee diversidad de géneros, de etnias, de especialidades médicas, de formas de ser, y, por tanto, se enriquece con la complementariedad. Les ofrece retos, les anima a pensar y a actuar, les impone los más altos estándares, les provoca orgullo de pertenencia, éxito por lo logrado. Es un jefe brutalmente honesto, íntegro, exigente consigo mismo y con los demás, y por tanto creíble. Aunque no lo parezca, el de House es un gran ejemplo de trabajo en equipo. Ahora bien, su orientación a la tarea no justifica su nula orientación a las personas. El productor David Shore (X-Men, Sospechosos habituales, Superman returns) ha configurado un personaje atractivo, inteligente y decidido, pero atormentado, que sufre una discapacidad (el conde de Romanones, que la arrastraba desde la infancia, decía: ‘Para evitar la envidia, invéntate una cojera’); cascarrabias, solitario, adicto. No precisamente un modelo de paz consigo mismo y con los demás.
¿Hace falta sufrir de esa manera y mostrar tan mala educación para ser genial? Lo dudo mucho. Según los responsables de la serie, en el momento en el que House se haga más humano, el programa dejará de tener éxito. Es probable. Sin embargo, en la vida real puedes encontrarte con grandes decisores, buenos estrategas, que además son muy capaces de ilusionar y de combinar alto rendimiento y satisfacción. Líderes que se han trabajado la escucha atenta, la capacidad de delegar, el interés por otros, la influencia honesta y respetuosa, el equilibrio, sin perder su exigencia, su serenidad y su capacidad de ser asertivo.
House en la televisión me encanta. ¿Como jefe? No, gracias. La vida es muy corta para sufrir con un maleducado que te trata como un objeto de investigación. Particularmente, como líder de equipo prefiero a Santos (el personaje que interpreta Federico D’elia en Los simuladores). Junto con su equipo (Jota, León y Medina) resuelve casos y ayuda a las personas. Es inteligente, cerebral y piensa con fluidez. A diferencia de House, nunca grita; camina, nunca corre; sabe de vinos, de música, de pintura, de caballos; domina varios idiomas. Trata a sus compañeros con tacto y (cuando toca) con distancia. Ése sí es, en la tele, un líder admirable.