“Pon tu corazón, tu mente, tu intelecto y tu alma incluso en tus más pequeños actos. En esto reside el secreto del éxito.” Swami Sivananda.
El interés, la motivación y la energía, son cíclicos. Otro de los retos del líder es saber gestionar este tipo de variables. Una de las claves es respetar la regla del 100%. Tener en cuenta a la persona por completo.
En cuanto a la dimensión física de la persona, alternar periodos de actividad y descanso es necesario para sobrevivir y sobre todo, para crecer. Una clave importante para el líder es averiguar cuándo es más eficaz él mismo y cuándo lo es su gente, para poder ser más productivos y poder disfrutar más de la actividad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, aunque el reto sea elevado, es cuando más disfrutamos. Sin embargo, nuestra cultura recompensa el sacrificio personal, en lugar de la productividad personal. Y en esta cultura mediocre, dedicarle más tiempo a una actividad, aunque no sea necesario, nos reporta más valoración y reconocimiento por parte de los superiores y los compañeros. Menuda incongruencia. El líder tiene de conseguir que su equipo sea productivo, no que esté ocupado.
Sobre la dimensión mental o intelectual, podemos decir que la concentración también es importante para dar lo mejor de nosotros. Pero cuando hablamos de concentración, no sólo nos referimos a evitar interrupciones y aprovechar el tiempo, sino que vamos más allá. Lo mental es el reto. Lo mental es el aprendizaje. Lo mental es el crecimiento. La exigencia del líder en éste sentido es de las más elevadas: mantener estimulado a su equipo, o lo que es lo mismo, equilibrar el reto con la capacidad es todo un arte. Es lo que Mihalyi Csikzentmihalyi denomina, “flow” (flujo o fluir). El líder eficiente en este sentido, es capaz de mantener un flujo constante de aprendizaje proporcionando conocimientos, experiencias, vivencias, etc. para su gente (y para sí mismo)
En cuanto a la emocionalidad, comenzaremos hablando del impacto de lo negativo. La toxicidad es un subproducto de la vida organizativa, hay directivos tóxicos, especializados en contagiar la “enfermedad de la desesperanza” que consiste en generar desconfianza quebrando relaciones, centrarse en lo negativo, romper la lealtad hacia uno mismo, evitar cualquier apoyo emocional positivo. Cuanto más desconfiamos unos a otros, nos nutrimos de malas emociones, falta reflexión y liderazgo, más cerca estamos de dejarnos morir de una u otra manera. Cuando esto sucede, aparece el absentismo en todas sus variantes, falta de compromiso, mal ambiente, etc. y todo esto repercute negativamente en los resultados. ¿El antídoto? Emociones positivas, fomento de la lealtad, sana reflexión sobre los propios puntos fuertes y las oportunidades de mejora (nunca autocrítica destructiva) y generación de confianza. Cambiar los comportamientos tóxicos, por comportamientos nutritivos. Para poder utilizar este antídoto con éxito, el líder debe empezar por sí mismo. Además de generar emociones positivas, también ha de gestionar un mal de nuestro tiempo: el miedo de su gente y su propio miedo. El miedo siempre está ahí acechando. En numerosas ocasiones, el miedo impide que hagamos lo que realmente necesitamos y dificulta que seamos eficientes. Para la mayoría de las cosas que verdaderamente importan, nunca encontramos el mejor momento, ni las condiciones son las ideales. Excusas como: “Si tuviera más tiempo, podría” o “Si tuviera más recursos, podríamos”, contribuyen a posponer la acción y sobre todo, a evitar una reflexión autocrítica que nos lleve a tomar decisiones. Ese tipo de excusas, encubren una inseguridad, un miedo. El vivir en condicional es una enfermedad para las empresas y para las personas. Si algo es importante, hazlo ya, y rectifica por el camino. Ahora y no después, es la clave.
Por último la gestión de la energía espiritual o trascendente. Es la que da sentido a todo lo que hacemos. El líder también se tiene que preocupar de buscar y encontrar “sentidos”. Para ello, tiene que tener claro el propósito de las acciones, conocer los por qués y los para qués. El preocuparse por este aspecto, pasa necesariamente por conocer primero cuáles son sus propios valores, y después cuáles los de sus colaboradores, es decir, qué es importante para ellos. Encontrar puntos de unión a través de los valores es muy efectivo, así como gestionar la diversidad cuando los valores son contrapuestos. De nuevo, el líder visionario, que transmite sentido en el presente y esperanza para el futuro.
Marta Romo