Jugar, algo que a primera vista está muy alejado del mundo de lo profesional, se está convirtiendo en una tendencia en muchas organizaciones. Esta búsqueda del juego parece un contrasentido, sobre todo si pensamos que el origen de la palabra trabajo, proviene de una extraña herramienta de tortura de la Edad Media (trepalium) y que negocio es la negación del ocio.
Son conocidos los casos de empresas que proporcionan a sus profesionales espacios ligados al juego o que simulan estados similares al acto de jugar. La irrupción de la tecnología en nuestra vida cotidiana, las redes sociales, los videojuegos, el mundo virtual y los digitales nativos son algunas de las causas que originan esta tendencia ligada al hedonismo y al disfrute. Además de estos impulsores que empujan fuerte, la necesidad de ser creativos, la búsqueda de la innovación y la diferenciación hacen que lo lúdico tenga aún más sentido.
Ideas inéditas, imágenes abstractas, interrelaciones y simbolismos irrumpen en nuestra mente cuando logramos un ritmo cerebral determinado, básicamente cuando nuestra mente se relaja y se deja llevar fuera de presión o estrés.La combinación de vigilia (persona despierta) y máxima relajación favorece que diversas imágenes, ideas y simbolismos se abran paso hacia el consciente sin las barreras típicas como son la lógica, la organización, la coherencia y sobre todo el juicio. Las mejores ideas aparecen cuando menos lo esperas: en la ducha, mientras conduces, antes de dormir… En entornos laborales no es sencillo encontrar espacios así, sino todo lo contrario.
En occidente, es necesario desterrar el “síndrome de la Z” del mundo de los negocios. Consiste en eliminar la z de la palabra juzgar y empezar a jugar. No nos referimos a convertir el trabajo en un juego irresponsable, sino en tener espacios para el juego cuando lo que buscamos es desarrollo, aprendizaje, creatividad o colaboración.
La primera referencia sobre juegos que existe es del año 3000 A.C. Los juegos son considerados como parte de la experiencia humana y están presentes en todas las culturas. El juego es sinónimo de recreo, diversión, alborozo, esparcimiento, pero también y sobre todo si pensamos en cómo juegan los niños, descubrimos que también juegan para descubrir, conocerse, conocer a los demás y a su entorno. Los mamíferos juegan para aprender, juegan a cazar en grupo, definir jerarquías, explorar, dividirse el trabajo… El juego pone a cada uno en su sitio, en un rol.
Todos hemos aprendido a relacionarnos con nuestro ámbito familiar, material, social, cultural a través del juego. Y es que cuando jugamos, aprendemos transitando por todo el ciclo de aprendizaje, al combinar la necesidad de entender unas normas, observar y escuchar lo que sucede, actuar arriesgando y vivir la experiencia emocional.
“La mente no distingue entre realidad y ficción. Por eso el carácter simulativo del juego es tan potente para entrenarse en experiencias que en un futuro pueden aparecer en el mundo real”
Aquí van algunas recomendaciones o condiciones, para generar estados y espacios creativos:
- Que la dinámica se mantenga diferenciada de las exigencias del día a día.
- Que permita explorar el mundo de la autoridad sin que esté presente.
- Interactuar con iguales o colegas.
- Que los participantes puedan funcionar de forma autónoma.
- Respeto por la libertad individual, elegir no jugar está permitido.
- Que sea simbólico, se hace sobre representaciones y no sobre cosas reales.
- Que exista significatividad con la realidad del participante, para que pueda extrapolar aprendizajes.
Gracias a esta capacidad para establecer reglas y jugar dentro de ellas hemos podido construir ¨juegos¨ claves como la democracia, la política, el arte, la ciencia, la empresa… Crear juegos y aprender de ellos es la esencia de la evolución de la civilización.
Marta Romo
Publicado en Observatorio de RR.HH., mes de Julio