¿Te acuerdas del templo de Apolo en Delfos? Allí rezaba el famoso “Conócete a ti mismo”, al que yo añado conoce tus emociones si quieres dar espacio a tu libertad personal. Como explicaba en mi último post, gracias a ellas nos conectamos con nosotros mismos y con la realidad que nos rodea, de una forma a veces más fiable que desde el filtro de nuestras programaciones mentales, porque ellas son una brújula para nuestro cerebro.
Pero para conseguir que las emociones nos guíen de forma fiable, primero tenemos que ser capaces de “dialogar” con ellas; saber qué es lo que nos quieren decir sin llegar a necesitar que nos griten (a menudo enfermamos cuando no las escuchamos de manera reiterada, a eso me refiero con que nos griten).
Por tanto y muy en síntesis, se trata de identificar a través de preguntas el para qué de esa emoción, y no el por qué. Es un método sencillo que te ayudará a no agobiarte ni a juzgarte por no conseguir, no hacer, no llegar… a lo que fuera que te propusieras. Cuando dialogas con la emoción –en otras palabras, cuando entiendes lo que te sucede–, esa emoción se puede transformar. El responsable es nuestro neocórtex, que nos hace libres para elegir emociones favorables. Si sabemos interpretarlas, las emociones nos ayudan a pensar y a tomar decisiones… porque insisto gracias a ellas nos conectamos con nosotros mismos y también con los demás. Son el pegamento social más potente que tenemos.
Entonces, ¿de qué nos hablan las emociones? Saber qué es lo que nos quiere transmitir cada una de ellas y las reacciones que puede producirnos nos puede ayudar a establecer ese diálogo. Vamos a verlas:
- Miedo. Transmite al cerebro información sobre un peligro importante para nuestra integridad física o psíquica, o la de algún ser querido. Nos lleva a evitar el peligro a través de la lucha, la huida o la parálisis.
- Ira. El cerebro percibe una barrera en nuestros planes, que se han sobrepasado nuestros límites, normalmente debido a un agente humano que consideramos responsable. El movimiento que propicia la ira es luchar contra el obstáculo o el responsable y poner límites.
- Alegría. Comunica a nuestro cerebro que estamos en una situación que favorece nuestros planes, facilitadora y agradable. Nos mueve a tener energía, acelerar la acción, al compromiso, a continuar con nuestros planes con más ganas y más motivados.
- Tristeza. Informa al cerebro de que algo importante está en riesgo de ser perdido o se ha perdido, o de un obstáculo que hace que nuestros planes sean imposibles de llevar a cabo. Nos lleva a ralentizar la acción, a adaptarnos a la pérdida, a tratar de encontrar otra forma de conseguir el objetivo, y si es posible, a cuidar lo que nos importa.
- Asco. Transmite al cerebro que hay algo que no se adapta a nuestros gustos o preferencias, o que es peligroso para la salud. Produce un movimiento de alejamiento o de evitación del estímulo repulsivo.
- Sorpresa. El cerebro recibe información de un cambio repentino, algo inesperado. En este caso el movimiento que activa depende de si es una sorpresa positiva o negativa. Nos lleva a la alegría, el miedo, el enfado… y después a comprobar si la nueva situación interfiere con nuestros planes o es favorable.
Un ejemplo de este tipo de diálogo sería si nos sentimos tristes y no entendemos qué nos sucede, preguntarnos ¿qué cosa importante en mi vida estoy descuidando?, ¿qué estoy perdiendo o puedo a perder? O incluso pensar en la opuesta, la alegría, y profundizar un poco más con preguntas tipo: ¿qué es lo que no te permite estar alegre?; ¿qué necesitaría para sentirme más feliz?; ¿qué añadiría?; ¿qué cuidaría en este momento?
Como decía en el post anterior, la auténtica libertad no consiste en dejarse llevar por las emociones, sino en elegir si te dejas llevar o si haces otra cosa. O lo que es más potente todavía: en la libertad de volver a elegir cómo sentirte de nuevo, qué emoción nueva quieres experimentar, de manera que tengas toda la información y la actitud que necesitas para que tus objetivos sí se hagan realidad.